El discrimen contra los homosexuales es tan abominable como el que se basa en raza, color de piel o religión. Rechazo esa aberración desde lo más profundo de mi corazón como mujer cristiana. Soy dueña de mi ser y mi conciencia, al igual que todos los seres que me rodean.
Es denigrante que, en un debate sobre ideas, gobernanza y capacidad, se incluya con quién compartimos el amor y la felicidad. La felicidad es un regalo divino. ¿Quién tiene el derecho de obstruir ese don? Por eso nunca hablé del tema. ¡Porque no me da la real gana! Soy quien soy, y nadie tiene derecho a decidir quién me hace feliz. Nadie tiene la autoridad moral para juzgarme. A quienes me insultaron, les digo: mírense al espejo. Yo me miro todos los días y veo a una mujer que ha sido feliz y que da felicidad; que ama y es amada. Una mujer a quien Dios ha concedido sus más grandes anhelos. Que nadie se atreva a entrometerse en mi vida o en la de mi pareja.
Debo ser aceptada y respetada por quien soy. Lo demás no importa. Tengo una familia que me ama y se enorgullece de mí, y amigos maravillosos. Eso es lo único que cuenta.
¡Que viva la igualdad, la diversidad y la tolerancia entre los seres humanos!
—Hon. Zaida “Cucusa” Hernández Torres
Año: 2015 | Páginas: 348
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