La fila o una radiografía de la resistencia
Crónica por Yarimar Marrero Rodríguez | Instagram
A las diez de la noche del viernes, 8 de julio mi cuñada y yo decidimos tirarnos la misión de llegar al Choli y tratar de conseguir entradas para el concierto de Bad Bunny Un verano sin ti, pese a que ya los medios habían anunciado el cierre de la fila. Este sería el evento del verano y aunque mi raciocinio me hizo cuestionarme en más de una ocasión: "¿qué estoy haciendo aquí?", la verdad es que fue una experiencia que me hizo reflexionar sobre nuestra identidad colectiva. Estar en esa fila rodeadas de chamaquitos, los dos de al frente de dieciocho años y los tres de atrás de dieciséis, fue como una vuelta al 2007 cuando mis papás me dejaban ir a los partys de Reguetón Ultra en el Hiram Bithorn y nos montábamos ocho en el Honda Civic de dos puertas del único amigo del salón que tenía carro.
Justamente la carátula de la última producción de Benito es la imagen de un corazón cíclope, bastante rudimentario; una oda a la nostalgia que me recuerda a los dibujos que hacíamos al margen de nuestras libretas mientras el maestro de matemáticas intentaba enseñarnos cuál era el valor de X y el valor de Y. Ese corazón triste, que a veces dibujábamos al lado de donde habíamos escrito dos iniciales, seguidas de un X100pre (nombre de la primera producción discográfica del artista) para el tiempo en que no teníamos celulares con internet, eran recuerdos que nos pertenecían y acortaban la brecha generacional haciéndonos sentir como unas “bad bitch, girls de los '90”. Porque estrofas como: “Que le den respeto y nunca se lo quiten”, “Tití me preguntó si tengo muchas novias” o “Yo no me quiero ir de aquí, que se vayan ellos”, nos interpelan a personas de todas las edades.
Con todo y el viaje a mis años de superior, estar allí aguantando la lluvia, la precariedad de pasar la noche a la intemperie, la vulnerabilidad de estar solas (porque nuestros esposos trabajaban y nos dejaron armadas con un pepper spray, un millón de provisiones y la ubicación prendida en tiempo real), el dolor de espaldas por la sillita de playa (por la edad supongo) y el tener que ir a las nauseabundas letrinas portátiles, sin que fuera una tortura sino por voluntad propia, tenía algo de realismo mágico. Y es que, por experiencia digo, que hay algo místico en las filas. En el 2010 viajé a Bogotá durante el Mundial de Fútbol y haciendo la fila para montarme en la nueva montaña rusa del parque de atracciones Salitre Mágico hice unos amigos que todavía conservo. En el 2012 mientras hacíamos la fila en la embajada de Estados Unidos en La Habana, esperando bajo el sol por la entrevista para la visa de mi esposo, conocí las historias que me compartieron tantas familias, que inevitablemente creamos un vínculo.
Cada fila es un ecosistema. Al mejor estilo de La autopista del Sur de Julio Cortázar, igual que en el camino entre Fontainebleau y París, tuvimos que crear grupos para sobrevivir y ser más fuertes. En esas circunstancias atípicas de una noche lluviosa de julio comenzamos a conocernos y surgieron las consabidas historias de fila: Estaba un chamaquito de dieciséis al que le habían matado al “pai” y vivía con su madre soltera, producto de una sociedad matriarcal, al igual que muchas otras familias puertorriqueñas y que a juzgar por las veces que dijo “mami no me deja”, parece que la señora lo está criando con mano dura. Incluso cuando otro muchacho de la fila lo invitó a fumar THC desde un cigarrillo electrónico su respuesta fue: “Si mi “mai” (que no estaba allí) se entera, me parte la boca y voy a estar llorando hasta el día del concierto”.
El que andaba con él, que era de La Perla, respondió que “ellos no podían fumar porque eran atletas de baloncesto becados y que estaba en juego su futuro”. De forma orgánica empezamos a portarnos bonito: al acompañarnos al baño y turnarnos para no dejar la sillas y los bultos solos, a ofrecernos comida, agua, pastillas para el dolor de cabeza, las baterías externas para cargar los teléfonos, sombrillas, bolsas para la basura y todo lo que tuviéramos y pudiera serle útil al otro; llegamos siendo dos y terminamos siendo un grupo de catorce. Hubo quien desertó de la fila como a la hora, quién fingió tener interés en salir con alguien que estaba más adelante en la fila, para ver si lo colaba, quién pasó la noche vomitando porque se emborrachó en el negocio “Twenyfol” de la esquina, quien se durmió profundamente y los que no pudimos dormir.
Igual que en el cuento, tener un fin común nos fortalecía, resistíamos porque teníamos esperanza, aunque la realidad es que nada nos aseguraba que consiguiéramos entradas siendo casi los últimos en una fila de miles de personas. Juntos gritamos cuando nos dijeron que se había abierto una cuarta fusión, que resultó ser falso, juntos planeamos hacer un piquete si no lográbamos entrar, juntos gritábamos a coro “sí se puede” cada vez que avanzábamos una curva más, juntos hicimos una barricada para que unas gringas no se los colaran y juntos brincamos como locos cuando logramos conseguir la codiciada bandita verde y comprar las taquillas casi a las tres de la tarde del sábado.
Aunque todo esto parece innecesario, luego de muchísimas horas sin dormir comencé a ver el paralelismo entre la forma de ser de los puertorriqueños en esa fila y la forma en que actuamos en las adversidades. Recordé las filas por el agua y la gasolina en el Huracán María, las noches en la Universidad de Puerto Rico compartiendo comida e ideas durante la huelga del 2010, la lucha por sacar a la marina de Vieques y el triunfo colectivo de lograr la renuncia de Ricky Roselló; coño ¡qué bonitos son los veranos en Puerto Rico! Esta aventura suena como una locura que pudo ser prescindible en mi vida, pero en esa fila aprendí que el lenguaje común de los boricuas es la resistencia, que culturalmente se nos hace muy natural compartir lo que tenemos con otros, que nuestra identidad nos lleva a formar un frente común y que cuando nos unimos como pueblo logramos lo que nos proponemos. Al final, el reguetón, el trap y los ritmos urbanos son parte de nuestra identidad y en esa fila demostramos, igual que en muchas otras ocasiones a lo largo de la historia, lo que significa ser de P FKN R.
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