El presente libro sobre El Velorio, lienzo del pintor puertorriqueño Francisco Oller, implica solo una minino parte del amplio y novedoso estudio sobre dicha obra.
Año: 2009 | Páginas: 120
Publicaciones Puertorriqueñas
El presente libro sobre El Velorio, lienzo del pintor puertorriqueño Francisco Oller, implica solo una minino parte del amplio y novedoso estudio sobre dicha obra.
Año: 2009 | Páginas: 120
Publicaciones Puertorriqueñas
El primer valor que se le puede adjudicar al libro es el hecho que es de los pocos manuscritos disponibles para la venta dedicado exclusivamente a la meritoria obra El Velorio del maestro Oller, y eso por si solo es ya un acierto. Es decir, el universo de El Velorio no solo merece estar en el mapa del país, pero el cuadro por sí solo merece su mapamundi. El autor explica el enfoque y limitaciones de su manuscrito en la nota preliminar. Los tres tópicos que le competen, crítica, personajes y exhibiciones, todo sobre el cuadro, le fueron asignados por la dirección del museo de la U. P. R. El Dr. Osiris nos informa que el balance de la crítica inicial de los expertos locales al cuadro no fue favorable. Y yo resumo básicamente la crítica de esta forma: “Se imaginan lo lindo que hubiera quedado el cuadro de Oller si los dioses del Olimpo, semidesnudos tocaran güiros, maracas y en el centro ahogado lo mismo Ícaro que Salcedo. Todo el mundo blanco y por supuesto rubios y si descalzos, no por pobres sino por lucir bellos talones. Un retablo “lindo” y si posible en El Palacio de Santa Catalina, la residencia oficial de los gobernadores o en El Morro. Pero el cuadro está lleno de imágenes demasiado criollas como para que le gustara a quienes no se definían como puertorriqueños, como lo hizo Pedro Albizu Campos. La crítica de quien hoy se sienta orgullosamente puertorriqueño será posiblemente muy distinta de quien se abochorne de serlo. Imagínese uno de esos seudo puertorriqueños, que dicen que Puerto Rico no es una nación mientras enfatizan que somos ciudadanos americanos, criticando la obra. El cuadro definitivamente es una reprobación a la costumbre de celebrar una fiesta por la muerte de un infante. Esta práctica nos llega propiamente de España emparentada con la religión católica. La verdadera vida comienza después de la muerte del cuerpo y un infante tiene gana la vida eterna pues murió, según la sabiduría popular de la época, sin pecado. Por lo tanto, una fiesta está en orden para celebrar el paso a la verdadera vida. La crítica al cuadro de Oller va como el licor añejado, mejorando con el tiempo, la mayoría de los comentarios al cuadro hacia finales del siglo XX eran favorables. En su primer viaje al extranjero, a Cuba exactamente, los comentarios al Velorio, nos enteramos a través del libro del Dr. Osiris fueron favorables. Yo me aventuro a lanzar la tesis de que la grata disposición hacia la obra de Oller en Cuba está abiertamente relacionada por un lado al arraigo de la lucha por la independencia en ese país junto al sentimiento antillano promulgado tanto por Hostos como por Martí. Es que los cubanos que luchaban por su independencia tenían casi por obligación sentirse diferentes a los europeos y encontrar reflejos en el cuadro con los que fácilmente podrían identificarse. El cuadro de Oller también fue llevado a Paris, y gracias a un excelente trabajo investigativo de parte del Dr. Osiris sabemos que allá realmente no le fue muy bien y que no fue exhibido en la sala más importante del momento como era la intención de Oller. En los 1980 el cuadro se exhibió en Puerto Rico y en varias salas de Estados Unidos ya con saldo de comentarios laudatorios.
El otro gran tópico del libro son los personajes y Delgado Mercado hace un excelente trabajo documentando en muchos casos por nombre y apellido los modelos que posaron. Se menciona por nombre a una hija del pintor, se identifica al anciano negro frente al niñito muerto y hasta a uno de los perros. Este cuadro y sus personajes están llenos de símbolos y críticas que van desde la mirada de deseo de los representantes religiosos al lechón, la manera de ensartar el mismo o los plátanos colgando al revés, como ningún jibaro lo haría. El título de este libro aduce a la mala crítica y dificultades que padecieron tanto la obra como su creador en un principio para hoy vivir en la glorificación, por lo menos de los entendidos del arte y cultura puertorriqueña. El libro es una excelente fuente de información para los que quieran entender mejor lo que corre por las venas de los puertorriqueños. El libro que redactó el muy talentoso artista Osiris Delgado Mercado es una excelente fuente de información para profundizar en el conocimiento de la magna obra del arte puertorriqueño. Un texto definitivo sobre el Velorio es necesario, pero más urgente es que los puertorriqueños conozcamos la obra y hagamos peregrinaje al Museo del a Universidad de Puerto Rico. Cuando se cumpla el sesquicentenario de El velorio que existan puertorriqueños orgullosamente frente a la obra que reconozcan en ella sus ancestros y su rica historia. Esto está escrito desde la pasión, porque soy puertorriqueño y orgulloso de serlo. Cualquier sacrilegio, error u omisión cometido en estas letras es mi responsabilidad y solo pido que se juzgue como lo que es; un crimen pasional.
Libros 787 me solicita una reseña de Tragedia y Glorificación de El Velorio de Francisco Oller escrito por Osiris Delgado Mercado. Esta tarea la emprendo como la continuación de una faena autoimpuesta y me extiendo en la explicación. Primero, como residente en el extranjero por más de 15 años, cada vez que ordeno y recibo un libro de la librería 787 tengo la misma sensación de alegría al recibir una llamada desde ese código de área. La misma exaltación de descubrir compatriotas para despedir el año o compartir un arroz con gandules el Día de Reyes. Así que, aunque esto no sea publicado no puedo decir solamente que el libro se merece cuatro o cinco estrellas y “Un excelente” como se hace con la mayoría de las apreciaciones ejecutadas fugazmente concernientes a las compras en línea. El quehacer lo tomo con mucho respeto y humildad confesando poco conocimiento en general, pero especialmente como crítico literario o de arte.
Desde que me mudé a residir indefinidamente al extranjero el cuadro del que se ocupa el libro en cuestión, para mí el más importante de la pintura puertorriqueña, ha sido un referente constante en mi vida. Visitar la muchas veces desolada sala del Museo de Antropología e Historia de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras es una cornucopia de lo puertorriqueño. Pararse a solas frente al monumental cuadro, sin ninguna prisa, es un lujo que todo puertorriqueño y visitante debería obsequiarse, por cierto, que la entrada al museo es libre de costo. Eso de estar solo frente al cuadro es quizás una mentira bien narrada, pues el cuadro contiene veinticinco figuras humanas, mascotas, utensilios del diario, alimentos, instrumentos musicales y otra simbología. Estar allí es ponerse de pie frente a un espejo donde cualquier puertorriqueño puede reconocerse ya sea en uno de los personajes o en la mezcla de todos ellos. Allí están plasmados muchos de los ingredientes de la puertorriqueñidad.
Una de las misiones que he asumido en mi vida, a lo Quijote, es fomentar especialmente entre mis amigos puertorriqueños la peregrinación a la sala donde se exhibe El velorio como un acto de igual envergadura a la de los equinoccios en la Riviera Maya o las visitas de los musulmanes a La Meca. Allá en México se observa el milagro de la sombra de la pirámide Kukulcán completando el cuerpo de la serpiente cuya cabeza se yergue al inicio de las escalinatas. El velorio es la mejor sinterización de lo puertorriqueño a finales del siglo 19. Y con mis relajados e igualitarios criterios del arte, la obra de Oller, nuestro cuadro, es más completo y humano por ejemplo que la Noche de Ronda de Rembrandt. Por cierto, que dos de cada tres personas, puertorriqueños, a los que le pregunto si han visitado El Velorio me dicen que no.
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