Dos señores muy viejos con alas enormes de Edgardo Rodríguez Juliá, con dibujos de Raimundo Travieso, convierte en prosa poética los momentos de una amistad de la lejana juventud como destellos de luz refractadas y compuestos en mosaico. Presenta remembranzas rescatadas en un contrapunteo de imagen y texto, cuyo tono es de una nostalgia reivindicada, triste pero más con añoranza que con melancolía. Sería como una obra de estilo tardío, austera, fragmentada y virtuosa: un retrato del artista en su juventud, ahora convertido en mito.
A la misma vez esta crónica íntima sirve de alegoría para el rumbo social y cultural de Puerto Rico y Cuba, “de un pájaro las dos alas”. Sus referencias a los textos, los espacios y acontecimientos suman un catálogo de la época muñocista visto por el escritor puertorriqueño y de los ecos de la Revolución en su amigo, el artista cubano.
Recuerda a su novela autobiográfica La piscina, pero menos marcada por los “avatares de la memoria doliente” como describió Carolina Sancholuz. Aquí se siente una frágil esperanza, que quizás explica la referencia al cuento de Gabriel García Márquez en el título, en el cual el ángel viejo y maltratado vuela de nuevo. Sobrevivió su tiempo en la tierra, y sus alas están maltrechas, pero enteras. A fin de cuentas son enormes porque se acerca el último vuelo.
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