Cañito: Un cuento de fútbol en Puerto Rico
Iba caminando por la acera rumbo al parque para ir a jugar con ‘Buelo Cañito al fútbol. Antes de llegar, debía pasar por el pueblo para encontrarme con la misma escena de siempre, las personas cuchicheando: “Miren a ese nene, eso no se juega aquí”, “Eso es más que darle una pata’ a la bola y correr detrás de ella como un caballo”, “Y que no se pueden usar las manos, ¡qué loquera!”. Los comentarios nunca fallaban, era frustrante, pero nada podía decir, en parte tenían razón.
Al llegar al parque, ‘Buelo Cañito me estaba esperando allí. No hizo nada más que verme la cara y ya sabía lo que había ocurrido y comenzó:
- Eso no es de ahora, mijo.
- ¿Cómo qué no, ‘Buelo?
- Vamos a jugar un rato para que te despejes y luego te contaré mi historia.
‘Buelo Cañito era de los que, a pesar de su edad, no dejaba de correr por más lejos que le hiciera el pase. Cada vez que nos reuníamos me enseñaba un nuevo control de balón, era el mejor en esto, sin duda alguna, por algo le decían “Cañito”. Entonces, para culminar la reunión comenzábamos a tirar a la portería, que era entre dos palos que encontramos por allí. ‘Buelo Cañito tenía un tiro tan potente que me daba miedo tapársela, bueno, al menos al principio, ahora sin miedo le meto la mano. Mientras más nos reuníamos, más cambia la historia, ahora era él quien le tenía miedo a meterle las manos a mis patadas y yo le gritaba: “¡‘Buelo, nadie te manda a enseñarme tan bien!”, y él se comenzaba a reír porque sabía.
Terminamos esa reunión y me dijo:
- ¿Sabes qué? Hoy no te contaré nada. Tengo una idea, espérate a la reunión que viene. ¿Trato, mijo?
-‘Buelo, pero… Dale, esperaré, ni modo.
Me fui a casa con la incógnita sobre con qué vendrá ‘Buelo Cañito en la próxima reunión. La curiosidad era tanta que a cada rato lo llamaba y me contestaba: “Mijo, no seas impaciente, lo que te estoy preparando jamás lo olvidarás”. Y así fue, no volví a llamarlo, ni mami ni papi sabían con lo que vendría el viejo. Ni tan siquiera mi hermana mayor que lo visita a cada rato le logró sacar algún detalle. Por molestarlo, le andábamos diciendo: “Tito Misterio” o “Tito Secretos”, y él nos decía: “Calma piojo que el peine llega”.
El día de la reunión me levanté más temprano de lo usual, pasé por el pueblo y nadie me comentó nada al respecto. Me sentí hasta raro, quizás las personas que estaban sabían sobre el deporte, pero olvídate de eso mi mente estaba en llegar a la reunión. Mientras me aproximaba al parque notaba que había un flujo de personas poco común junto a ‘Buelo.
- ¡Wow!, ¿y toda esta gente?
- Al fin llegaste, mijo. Ven, te presento a mis compañeros de equipo de la época en que jugaba. Aquí hay gente de Guayama, Yabucoa, Ponce, Cayey, Adjuntas, Mayagüez, Coamo, Arecibo, en fin, de todo Puerto Rico.
- Pero, ¿y cómo se conocieron?
- El amor que nuestros padres le tenían al fútbol fue transmitido a nosotros y de sus padres a ellos y así sucesivamente. Todos los domingos nos reuníamos en diferentes pueblos y comenzábamos a jugar. ¿Qué éramos una minoría comparados con la gente que jugaba béisbol o baloncesto? Claro que sí. ¿Qué la mayoría de las personas no comprendían las reglas ni el deporte en sí? Claro que sí. Sin embargo, para nosotros existen dos reglas fundamentales. Primero, divertirnos con nuestro deporte y, segundo, pasarle el legado a nuestra familia.
- Pero es que papi no…
“¿Qué papi no qué?”, en eso llegó mi familia, resultaba ser que lo sabían todo desde un principio hasta jugar fútbol y del bueno, ‘Buelo Cañito se había encargado de eso desde que mi padre era joven. El grupo de ‘Buelo y mi familia nos dividimos y el partido fue, como diría ‘Buelo y sus compañeros: “Vino como anillo al dedo”, un rato lleno de recuerdos, gozo y, sobre todo, goles.
Luego esa reunión, me quedó claro la historia futbolística de ‘Buelo Cañito, pero me surgió otra incógnita, de la cual él será mi acompañante junto a sus compañeros para encontrar las respuestas, y la misma es: “¿Cuáles serán las historias futbolísticas que esconden los diferentes pueblos de Puerto Rico?”.
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