En la sala hay un cuerpo reclinado: La realidad de un maestro
Cuento por: Patrick Oneill | Instagram
Siento que he aprendido poco de esta vasta escasez de conocimiento sobre la vida. Por eso ahora aspiro a conocer más. Tal vez suene contradictorio eso de aprender del vacío, tal vez suene hasta un poco gracioso. Por una parte, todo el mundo, en especial mi psicóloga, me dice que no me aparte de las oportunidades que me ayudan a alcanzar mi potencial. El óptimo yo. El realizado yo.
Simplemente, sonrío y finjo que acabo de escuchar el positivismo extremo de un influencer frustrado de Instagram ya que, por otra parte, está el dilema, la problemática amenazando con atravesarme con su espada y, es que, dichas oportunidades no existen. Al menos no de la manera que muchos lo pintan. Muchos lo pintan como una obra de Picasso, pero, al darle una segunda hojeada a esas caricaturas garabateadas que salen de sus bocas, se siente más como una obra de Pricasso.
De niño, mis padres me decían que podía ser comediante, por eso decidí ser maestro. Lamentablemente, escogí ser la comedia y no el comediante. Ironías de la vida. Soy maestro y escritor. Y si quiere saber cómo se siente ser maestro y escritor, vaya y léase En la popa hay un cuerpo reclinado por René Marqués. De todos modos, mi diario vivir va de número en número en el calendario, de día a día en mi vida, de vacío en vacío en la escuela, como mis palabras.
Les hablo a mis estudiantes sobre la mimesis en Hamlet para hablarles de la mimesis en sus vidas, les hablo de Swift y su sátira realista enmarcada por el abuso real que experimentan sus compatriotas a diario, les hablo de Shelley para que aspiren a crear su obra maestra a su corta edad de 18 años, les hablo sobre la presión social en las obras de Orwell para que vayan a presionar a otros en las redes sociales. Esta última lección no nos fue tan bien.
En la hora de almuerzo, coincido con algunos del equipo en el área de la facultad, aquel Olimpo que nos permite respirar un rato y removernos las máscaras prescriptivas de nuestro oficio y me atengo al vómito de anécdotas del día. De cómo Fulanito se alteró y amenazó a su maestra con informarle a sus padres y a la administración sobre el cero injusto que lleva estampado en su frente porque no hizo su trabajo. Estaba enfermo, pero todos sabíamos que estaba de viaje en Orlando, Disney. Nos reímos. Nos decimos la frase más empática que tiene el puertorriqueño: "Ta’cabrón esto".
Luego entra el comentario fugaz de cómo una megatienda está ofreciendo el doble de nuestros sueldos por empujar carritos de compra o de cómo un francés riquitillo compró un cayo y ahora está construyendo una mansión ahí. Hay trabajo seguro por tres años y paga el triple de nuestros sueldos. Una llamada interrumpe la conversación. Mrs. Sutana necesita ir a la oficina. La madre de Fulanito llamó y necesita que le reponga el trabajo. La maestra termina reponiéndole el trabajo a Fulanito, pero nadie hace algo sobre la actitud de Fulanito y la ganga de muchachos. Fulanito mira a Mrs. Sutana con una sonrisa de victoria. La ganga le sigue el juego.
Entonces... Para darle una mejor idea de lo que es ser maestro, ser maestro no es ser maestro. Por mi parte, mi oficio es ser maestro, máquina omnipotente y omnipresente anti burnout, psicólogo, oficinista, decorador, influencer, sonidista, camarógrafo, videógrafo, editor, técnico de computadoras y, obviamente, experto en la materia que enseño. Después de una reunión candente en la que se nos habla como le hablaba el Sargento Hartman a su tropa en Full Metal Jacket, salgo cansado de trabajar, cabizbajo porque mañana será otro día, pero el día no ha terminado. Al menos, no para la mayoría de estos maestros.
Érase una vez, estaba de paseo y me topé con un negocio de dulces y frituras. Me atendió una pareja más dulce que los dulces que vendían. Mientras pedía, un niño se acercó emocionado y le dio un abrazo a la señora. Se veían contentos. Pensé de momento que se trataba de su sobrino, pero no. Era su estudiante. Ella le regaló un dulce y el estudiante le prometió que no le diría a sus compañeros sobre su negocio, a lo que su maestra le dijo: "No, diles que vengan".
Después de trabajar, me cae la necesidad y voluntad de escribir, pero me siento muy cansado. Dejo el bulto a un lado y me tiro boca arriba sobre la cama. Cierro los ojos y me digo que escribiré más tarde, después de un baño, la cena y un episodio de mi serie. Esa noche me quedo dormido frente al televisor, hasta el próximo día donde comienza nuevamente el ciclo de apuros, ansiedad y angustia. Donde continúo siendo desvalorado por un sistema y, a la vez, valorado por muchas caras jóvenes, porque razono que no todos son Fulanitos. Entonces sigo en la trampa, en la rueda del ratón, mientras poco a poco la necesidad de expresarme se acumula y vomito sobre páginas como estas. Para que entonces me leas y digas en voz baja... Ta’cabrón esto.
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