Salúdame a la patria: Una historia llena de revolución y venganza
Cuento por: Hevan Vélez Hernández | Instagram
Fotografía por: Carlos Laboy Pérez
El año era 1868, Antonio Chacón y Martín culminaba sus estudios de medicina en España. En Madrid, recibía correspondencia de la revolución que se avecinaba en su tierra, Puerto Rico. El ahora Dr. Chacón sabía que era momento de regresar a luchar por su patria; había pasado los últimos 15 años de su vida viviendo en la capital española con su tía Arminda.
Por más que le enamorara su cotidianidad en la madre patria; pasar hartas horas en el café conversando con sus colegas, pasear por las hermosas calles de la ciudad y tomar el sol en la Plaza Mayor, el Dr. Chacón entendía que un deber superior a todos los placeres de la vida le llamaba: el deber de liberar a su tierra.
—Apúrese a terminar de alistarse Antonio, su barco zarpará pronto —decía su tía Arminda con aquella suave y tierna voz que le distinguía.
—Tía, ya se lo había mencionado, pero gracias por todo. Le escribiré inmediatamente llegue a la isla.
Era mucho el amor y respeto que Chacón sentía por esa noble señora, después de todo había sido quien se encargó de su cuidado durante su estancia en Madrid. La tía Arminda acogió a un adolescente Chacón cuando la familia de este, una de las más prominentes de Mayagüez, se vio en graves aprietos tras las autoridades españolas descubrir que sus padres estuvieron apoyando económicamente a movimientos insurrecionistas en el pueblo. Muchos de sus negocios y propiedades fueron embargadas y comenzaría la persecución en su contra. Chacón iba a ser enviado inmediatamente a España con su tía Arminda. Ella fue quién había arreglado el viaje y se dispuso de cuidarle ya que era su único sobrino.
Separarse de sus padres fue muy duro para aquel joven, pero más difícil resultó ser la carta que recibiría apenas unos meses después de haber llegado a Madrid; sus padres habían sido vilmente asesinados por el régimen español.
Aquella carta que rompió por completo su corazón leía así:
Joven Antonio,
Desafortunadamente me toca informarle a través de esta misiva el terrible suceso que aconteció hace unos días en Mayagüez. Sus padres fueron asesinados por el ejército español, ordenado por un tal Capitán Mendoza. Fueron ejecutados y torturados de la peor forma que alguien pudiera imaginar. Nuestra familia les manda un cálido abrazo a usted y su tía Arminda. Lamentamos muchísimo esta desgracia que arropa a su familia.
Sus vecinos y amigos,
Familia Agosto-Ramos
Juró algún día regresar a la isla. Tendría que liberar a su patria y vengar la muerte de sus padres.
—Esto te sostendrá durante los primeros meses —dijo la tía Arminda mientras le alcanzaba una bolsa de monedas.
—Le echaré de menos —dijo Chacón con la voz quebradiza, como si estuviera por romper en llanto.
—Salúdame a la patria —expresó la tía Arminda.
El viaje de regreso a Puerto Rico fue una travesía plagada de emociones para el Dr. Chacón. El mar le hizo recordar con su brusca sacudida lo propenso que era a los mareos, pues la última vez que había sentido el frío metal de las barandas de un buque fue aquella ocasión en la que vio por última vez a sus padres.
—¡Dr. Chacón, Dr. Chacón, ya casi arribamos a la isla! —exclamaba Hilda mientras jamaqueaba al somnoliento Chacón.
Hilda era una respetable defensora de la causa revolucionaria, había sido desterrada y regresaba justo a tiempo a la isla para aquella revuelta que se asomaba. Aquella patriota, además de querer liberar a su país, abogaba para que la futura República reconociera el derecho a las mujeres de acceder a la educación de nivel universitario. Su sueño había sido licenciarse en Derecho, pero a pesar de exceder todo requisito existente, fueron centenares las cartas de rechazo que recibió. Muchas de esas misivas explicaban que la razón de la inadmisión se debía a que la mujer ocupaba un rol específico en la sociedad y la educación no era para ellas. Hilda no iba a resignarse a cumplir con los roles que una sociedad patriarcal le había impuesto. Sabía que, al igual que muchas mujeres de la época, podía aspirar a más y estaría dispuesta a morir por defender sus principios.
Los primeros meses de Chacón en Puerto Rico fueron bastantes atareados, además de participar en reuniones exhaustivas para ordenar los últimos detalles de la revolución por acontecer, el Doctor junto a otros médicos en Mayagüez se dedicaron a atender esclavos y libertos que sufrían de la grave gripe que aquejaba a los puertorriqueños en aquel entonces.
—¡Soldados españoles, a la cola! —fue una frase frecuentada en esos centros de atención médica, pues aquellos doctores priorizaban al necesitado, se compadecían de aquellos hombres y mujeres de raza negra que habían sido víctimas de un régimen abusivo e inhumano, eran sus hermanos de lucha y debían ser libres en aquella República.
Los diez mandamientos del hombre libre que había escrito Betances sirvieron de fuente de inspiración para aquellos patriotas. Y es precisamente Betances desde el destierro que avisa a aquellos revolucionarios de un barco que llegaría a asistir la revuelta. Mariana Bracetti se había encargado de confeccionar la bandera, muchos negros libres, mujeres y hombres adinerados y muchos más se estaban uniendo por una sola causa. Todo estaba listo. Era momento de ejecutar.
En 24 horas comenzaría todo, los nervios, la ansiedad y la incertidumbre devoraban el corazón y la mente de los insurreccionistas. La revolución era inminente, pero el haber sido revelada a las autoridades españolas por un malsín, obligó a que esta fuera adelantada. Aún así el ambiente era esperanzador; cada cual tenía sus propias luchas dentro del motivo principal, algunos iban tras la libertad e igualdad y otros, por la venganza.
—Compañeros, quiero decirles una cosa —expresaba Chacón atrayendo la atención de sus camaradas. —En la batalla, tengan esto en mente: prefiero morir por la República que vivir eternamente por la colonia.
Los gritos y aplausos de sus compañeros no faltaron. Estas palabras llenaron aún más de valor y coraje al grupo. En ese trayecto de Mayagüez a Lares, las palabras de Chacón hicieron eco en muchas mentes. Alrededor de 500 personas a cargo de Manuel Rojas habían comenzado la avanzada desde una finca al caso urbano lareño. Aquel ejército encontró muy poca resistencia, pero Chacón no corrió la misma suerte. Iba Chacón con rifle en mano por un callejón, cuando un brusco jalón por su cuello le hace caer al suelo, desprendiéndolo de su rifle y derribándolo a él.
—¡Animal, insurreccionistas salvajes! —gritaba aquel hombre que lo había derribado, quien resultó ser un soldado español.
Luego de propinarle una paliza al Doctor Chacón, el soldado susurraba a su oído: “Os voy a acabar uno por uno”. Al mismo tiempo desenfundaba su arma. El soldado apuntaba fijamente a la cabeza de Chacón y este mal herido le dijo: “Dispare, antes que sea muy tarde”.
¡PUM!, se escucha el ruido de un cañón.
—Levántese compatriota, todavía nos queda lucha —Hilda le decía al sorprendido Chacón mientras le ofrecía su mano de apoyo para levantarse.
Luego de aquel incidente, los revolucionarios avanzaron rápidamente e hicieron rendir a las autoridades españolas. Ese 23 de septiembre se vio erguida la bandera de la nueva proclamada República de Puerto Rico que adornaba el cielo de Lares. Todos aquellos revolucionarios miraban la bandera con aprecio, confiaban en que la revolución acapararía todos los pueblos de la isla y se sostendría la República.
—No hay vista más maravillosa que esta —suspiraba un Chacón al que le brillaban los ojos ante tal espectáculo.
Luego tocaba avanzar. Chacón a pesar de la dura batalla que tuvo en Lares, decidió continuar al nuevo destino, San Sebastián. El panorama en el Pepino lucía más complejo, el barco de Betances con armas había sido interceptado y los oficiales españoles habían sido alertados de los hechos y contaban con una mejor preparación, el enfrentamiento iba a ser intenso. Ruidos de cañones, corridas y gritos desesperados era lo contemplado en el ambiente, era un ambiente de guerra. La sangre de muchos patriotas y soldados corrían por las calles de San Sebastián.
En esos momentos de tensión, el Dr. Chacón pudo divisar a lo lejos una cara que se le hacía conocida. Era el capitán Mendoza, ese maldito hombre que había ordenado la persecución de su familia y quien dio la orden de asesinar a sus padres. En medio de las ráfagas de disparos, Chacón decide lanzarse sin temor alguno y derriba de un golpe a Mendoza. Ambos productos del choque, pierden sus armas y comienza un intercambio feroz de golpes. Chacón conecta dos puñetazos sólidos en la sangrienta nariz de Mendoza, pero este responde con una patada que aleja a Chacón y ambos se ponen de pie.
—¡Asesino, llegó tu hora! —exclamaba un colérico Chacón.
—Tus padres merecían todo lo que les pasó, tendrías que haber escuchado sus voces pidiendo clemencias cuando les puse un tiro a ambos entre ceja y ceja —fanfarroneaba Mendoza.
La ira había consumido nuevamente al Dr. Chacón y este se lanza nuevamente ante Mendoza y reanudaba el intercambio de golpes. La acción continuó hasta que ambos individuos con notables cortaduras en el rostro y manchas de sangre en sus vestimentas, miran a su alrededor y notan que todos los combatientes habían pausado la batalla para contemplar semejante evento. Fue allí donde un hombre del ejército revolucionario propone resolver el asunto con un duelo.
—Acepto —dijo Chacón.
—Acepto, será un placer para mí acabar con los Chacón de una vez y por todas —con una leve sonrisa en su rostro dijo Mendoza.
Chacón consumido por los nervios, se convencía de que este era el momento para vengar a sus padres, sabía que con tan sólo una bala acabaría con ese agobio que le atormentó por años. Mendoza por su parte tenía un récord invicto en duelos, con la arrogancia que le caracterizaba, pensaba que Chacón simplemente sería una víctima más. Se da la orden para que ambos se den la vuelta, espalda con espalda y tomen una distancia de 10 pasos para girarse y disparar. A medida que ambos daban sus pasos, el ritmo cardíaco aumentaba, los espectadores no quitaban sus ojos del evento y el hecho de pensar que uno de los dos hombres iba a morir en unos minutos era un hecho que asustaba a sus respectivos bandos.
—Nueve y... diez —contaba Chacón.
Ambos procedieron a girarse y apretaron el gatillo. En cámara lenta, ambas balas hacen su trayecto, sin saber que tendrían un destino en común. Ambos sintieron una quemazón terrible en el pecho, la bala había hecho su entrada triunfal desgarrando tejidos y desparramando sangre. Chacón y Mendoza caen al suelo e inmediatamente son socorridos por sus colegas. Mendoza para sorpresa de todos, murió instantáneamente en la escena.
—¡Chacón, Chacón, ha ganado usted! —le decía Hilda mientras le agitaba, al igual que había hecho en aquel viaje en barco cuando ambos llegaban al puerto de Mayagüez.
La poca consciencia que le quedaba a Chacón había aceptado el hecho de que así acabaría la cosa, había venido a morir por la libertad de su tierra y lo había logrado en Lares. Fue en busca de venganza por la muerte de sus padres y la clavó un tiro en el pecho al asesino de ellos. Sus objetivos habían sido cumplidos.
—Hilda, hazme un favor. Salúdame a la patria —dijo Chacón mientras cerraba sus ojos.
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